Siempre he sido de pasar mucho tiempo en la cocina, es un espacio de la casa que para mí es importante, pero no siempre ha estado a mi gusto. Tal vez mi afición por las cocinas (y la cocina) venga de la primera: la de la casa de mis padres. Lo que más me gusta de ella es la luz. Tiene orientación sur y el sol da durante todo el día lo que a mí me encanta. A mi madre menos porque dice que se asa de calor en verano… Pero ahora con el ventilador, todo arreglado.
También recuerdo los famosos estores para cocina de la casa de mis padres. Tenían una decoración de frutas que era muy graciosa y yo, cuando era pequeño, me gustaba, al parecer, señalar cada dibujo y decir el nombre de la fruta en cuestión. Es uno de los primeros recuerdos que tengo de casa. Aquellos estores tuvieron que ser cambiados cuando pasó un tiempo, pero mi madre, con muy buena mano para estas cosas desde siempre, eligió otros muy frescos ideales para la cocina.
Después vinieron unos años de travesía en el desierto en cuanto a cocinas se refiere. Todavía recuerdo el ‘armario’ de la cocina de una de mis primeras casas de alquiler. Literalmente era un armario al que le habían quitado la puerta y habían metido un par de fogones y un fregadero. Obviamente, aquella ‘cocina’ era el resultado de transformar una casa de varias habitaciones en varios apartamentos. Y entonces se mete la cocina donde se puede.
Fue una época en la que no pasaba mucho por casa, salvo para dormir, así que no lo noté demasiado. Pero cuando alguna vez pensaba en hacer uno de mis platos estrella, se me quitaban las ganas rápido al darme cuenta de que allí no había espacio nada más que para freír un huevo.
Por eso, a partir de aquella minicasa con su minicocina, me empecé a plantear revisar bien ese espacio a la hora de elegir piso. De mi actual cocina me ganó, otra vez, la luz y los estores para cocina. Me recordaron a los de mi madre, y madre no hay más que una.